ANGELES Y ESPIRITUS MEDIADORES
Nº 71-72 Año 2004
“Connaissance des Religions”
Jean Moncelon La fe de Henry Corbin « Tierra-Angel-Mujer »
Jacques Bonnet Los ángeles en la tradición profética hebraica y judeo-cristiana
Frédérick Tristan El angel guardián de las puertas y las siete moradas
Michel Fromaget “en medio del fuego una forma de cuatro seres vivos”
Andréi Plesu Los ángeles y el hombre universal
Philippe Faure los ángeles en el mundo imaginal cristiano y medieval
Tiziana Suarez-Nani Los ángeles y la cosmología en la Edad Media
Stéphane Duclos La caída de los ángeles o la historia del diablo
Philippe Faure La devoción al ángel guardián. Traducción y presentación de textos espirituales inéditos
Pierre Lory Los ángeles en el Islam
Sohravardî Estrofas litúrgicas y oficios divinos (extractos)
Amira El-Zein Humanos y djinns en el islam. Similitudes y diferencia
Renaud Fabbri Renacer en los otros mundos
Patrick Laude La dimensión eliática del mensaje de Louis Massignon
Fabrice Midal Los espíritus mediadores del budismo
EDITORIAL
Durante el último decenio del s. XX, el paisaje cultural francófono ha sufrido una avalancha de publicaciones consagradas a los ángeles. Ello es, en gran parte, el efecto de una oleada editorial venida de ultramar, traída por la corriente de la “New Age”, movimiento sincrético y neo-espiritualista que supuestamente responde a las aspiraciones de una humanidad en marcha hacia la famosa “era de Acuario”, tierra prometida de una nueva era dorada.
Entre narraciones de apariciones celestes en el umbral de la muerte, rituales de invocación de los nombres hebraicos de los ángeles, manuales neo-cabalísticos pretendiendo conducir a un mejor conocimiento de uno mismo y del futuro, y confesiones del tipo “mi ángel guardián existe, le he encontrado”, el lector ya no sabía por donde empezar. Se ha llegado a proponer incluso, ciclos de conferencias : “como ponerse al nivel de su ángel… “ o respetados seminarios que permitirán al cuadro ejecutivo en estado de stress dialogar con su ángel, y seguir sus juiciosos consejos, a fin de “estar en forma optima”, para mayor felicidad de la empresa, naturalmente. Como siempre que eclosiona un neo-espiritualismo, todo se viste de colores angélicos : la búsqueda de poderes mágicos y ocultos, la astrología vía los ángeles planetarios, el simbolismo de los colores, las medicinas blandas, etc. El éxito de esta moda fue tal que los ángeles han servido durante muchos años de material para la literatura, el cine, la publicidad, la alta costura o la industria del perfume, invadiendo los anuncios publicitarios y las páginas de las revistas. ¿Que queda de todo ello? No gran cosa, gracias a Dios, bien es cierto que lo que es sincrético y fabricado no puede durar y que todo bricolage intelectual contiene en sí mismo su propio fin.
Esta “angeolofilia” de finales del s. XX solo resulta ser un fenómeno sociocultural singular, que remite a las nostalgias y las esperanzas del hombre contemporáneo, perdido entre un universo que está a punto de abandonar y otro que aún no ha llegado: nostalgia de un universo espiritual poblado de criaturas luminosas, puras y benefactoras, nostalgia de un mundo “encantado”, sembrado por lo Absoluto; espera de figuras mediadoras capaces de elevar el alma, de venir en su ayuda, de liberarla de las tinieblas de este mundo, de guiarla por el camino del conocimiento y en caso necesario, de interceder en su favor. Los ángeles muy a menudo han tomado el lugar de un Dios considerado muerto o desaparecido, un Dios cuya imagen se ha enturbiado y del cual ya no se sabe bien lo que es ni lo que hace.
Así es, esta vuelta del ángel no ha remitido a ningún Dios, a ninguna tradición revelada, se ha presentado con mayor frecuencia desconectada del fondo bíblico y coránico, o si no, a través de imitaciones de la Cábala judía y las ciencias ocultas. En relación a la primacía dada a la experiencia del rencuentro con el ángel, esta aproximación se vio confirmada por la eclosión de una iconografía privilegiando la imagen greco-latina del efebo desnudo o el niño alado. El vacío doctrinal y el bricolage sincrético característicos de la “New Age” han hecho aparecer al ángel como una forma pura, un envoltorio susceptible de ser rellenado de aspiraciones a “otra” vida y a un conocimiento espiritual. Ya no es la Revelación la que le da su sentido, sino el individuo que la construye a su medida. De ello resulta una temible ambigüedad : sobre la forma angélica pueden proyectarse tantos fantasmas y voluntades de poder como aspiraciones auténticas. Los ángeles han sido, a veces, asimilados a extraterrestres o a los “superiores desconocidos”…
La necesidad, bien comprensible, de un mundo poblado de seres luminosos, atentos al hombre, es como el reverso positivo de la negrura de las almas, de la melancolía ambiental, de un mundo contemporáneo del cual se teme confusamente el desastroso final. Pero la aspiración a la vida celeste, a la protección espiritual, al conocimiento verdadero, no es suficiente, evidentemente, para restaurar una perspectiva tradicional, y mucho menos una angelología.
Ha llegado pues, el momento de retomar el examen de la figura angélica, restituyéndola a la estructura religiosa de la que depende, revelando sus riquezas espirituales y sus apuestas intelectuales. ¿No es urgente cambiar la visión del mundo, de dar a la Realidad toda su densidad, su complejidad y su misterio, renovando los lazos rotos entre el hombre y lo divino? Filósofo, orientalista, especialista de las teosofías del Islam iraní, Henry Corbin (1903-1978), a quien está dedicado este volumen con ocasión del centenario de su nacimiento, ha mostrado la vía de manera magistral. No dejó de proclamarlo con fuerza: no puede haber un verdadero monoteísmo sin angelología, sin proclamación de la transcendencia divina por los mensajeros celestes, sin manifestación de Dios en múltiples teofanías angélicas. A la inversa, sobre el plan antropológico, no puede haber un verdadero conocimiento espiritual sin ascenso del alma y rencuentro con su ángel.
Es necesario así mismo subrayar un punto esencial : la angelología concierne a las tres grandes religiones monoteístas; es el terreno privilegiado de un trabajo intelectual al servicio de un verdadero ecumenismo espiritual. Efectivamente, para el judaísmo, el cristianismo y el islam, los ángeles forman la primera creación, zócalo inteligible del mundo psíquico y sensible; este mundo angélico provee la imagen de un universo ordenado y jerarquizado, compuesto de múltiples grados de realidad, a los cuales corresponden los estados de conocimiento. Pues cada ángel es un espejo de la Divinidad, definido por aquello que recibe de luz divina y por lo que de ella transmite. Este mundo lleno de inteligencias está íntimamente unido al cosmos y por consecuencia, a la humanidad que le es confiada. Forma eminente de manifestación de Dios en el judaísmo y el islam, el ángel está subordinado al Verbo encarnado en el cristianismo. Anunciador de misterios de la Revelación, vincula la palabra del Cristo y se pone a su servicio. Prototipo de vida espiritual, canal de alabanza y glorificación, el ser celeste que se nutre de Dios, es el modelo que los hombres prendados por la vida contemplativa deben imitar. Iniciador, guía, intérprete de visiones espirituales, es el guardián y servidor del alma, que sostiene en su combate cotidiano contra el Adversario y que sabe anularse, una vez cumplida su misión, ante la Presencia divina.
Sin embargo, las tradiciones monoteístas no tienen el patrimonio de los seres mediadores. Desde un punto de vista histórico, si el ángel es una figura semítica en su origen y su desarrollo, no hay duda de que ha sufrido la influencia de tradiciones indo-europeas, persa y helenística principalmente. Sobre el plano metafísico, se puede ir mas lejos : si el Absoluto se manifiesta en múltiples figuras mediadoras, estas se encuentran necesariamente presentes en todas partes, bajo formas y nombres diversos, sea cual sea la galaxia espiritual en la cual se sitúa y que define su naturaleza, su personalidad y funciones. Es pues legítimo abordar las tradiciones orientales e integrar en este volumen el estudio de las divinidades del budismo, en una perspectiva comparatista completamente estimulante.
Contra los estrechos fundamentalismos y el neo-espiritualismo que nos rodean, es importante hacer un trabajo útil abrevando de las fuentes de las grandes tradiciones y extrayendo las vías de un verdadero ecumenismo espiritual, mostrando la importancia de los seres mediadores y su fecundidad simbólica, restaurante el lazo indisoluble entre tradición y revelación, entre grados de conocimiento, niveles de realidad y teofanías.
La Dirección
LA FE DE HENRY CORBIN
“TIERRA - ANGEL – MUJER”
Jean MONCELON
La Fe de Henry Corbin es la fe de un gnóstico, para quien la gnosis es “un conocimiento salvífico por sí mismo”. Esta Fe es “Tierra - Ángel – Mujer”, como escribirá el 24 de abril de 1932, al borde de un lago de Dalécarlie : “Todo esto es una sola cosa que yo adoro y que está en el bosque. El crepúsculo sobre el lago, mi Anunciación. La montaña: una línea. ¡escucha! Va a ocurrir algo, si. La espera es inmensa”.
La Tierra de la que habla, la Tierra de la Fe de Henry Corbin, es la Tierra celeste, el “mundo intermediario” entre el Cielo y el mundo terrestre.
Es el Mundo del Ángel.
El Ángel
El día en que murió Henry Corbin, Mircea Eliade escribía en su Diario, en fecha 7 de octubre de 1978: “Henry no ha sufrido. Murió con serenidad, tan confiado estaba de que su ángel guardián le esperaba”.
En efecto, es conveniente entender la naturaleza de este “ángel guardián”, que es, para Henry Corbin, “el ángel del alma encarnada”, y precisamente en esta circunstancia de su muerte, “la Figura celeste que se presenta cara a cara ante el alma en la aurora de su eternidad”. Por otra parte, hablará también de los Fravartis, como los “ángeles guardianes”. Añade que no obstante, todo ello es “a condición de concebir al ángel guardián como el polo celeste, el Yo celeste de un ser cuya totalidad es bipolar, constituida una bi-unidad, a saber, la de una forma terrestre y una forma celeste que es su contrapartida superior” .
Conocemos las admirables páginas que consagró a la figura de Daênâ, “el Ángel tutelar” y a su encuentro post-mortem con el alma humana: Ante la interrogante del alma maravillada, preguntando “¿Quién eres pues?” a la joven que avanzaba a la entrada del Puente Chinvat y cuya belleza resplandecía mas que cualquier otra belleza jamás vista en el mundo terrestre, ella responde : “Yo soy tu propio Daênâ”, - lo que quiere decir : soy en persona la fe que has profesado y la que te la inspira, aquella por la que has respondido y aquella que te guiaba, aquella que te reconfortaba y aquella que ahora te juzga, pues soy en persona la Imagen propuesta a ti mismo desde el nacimiento de tu ser y la Imagen querida finalmente por ti mismo (“yo era bella, tú me has hecho aún más bella”).
Estas líneas describen de alguna manera por anticipación, la ultima visión de Henry Corbin, en el momento en que dejó la manifestación terrestre.
Daênâ es pues, el Ángel de la Fe de Henry Corbin, y en tanto que ella es también “la Idea celeste” de todo ser humano, aparece como el secreto de Henry Corbin, como él mismo dirá a propósito de Ibn ‘Arabî: “Lo que un ser humano alcanza en la experiencia mística, es el “polo celeste” de su ser, es decir, su persona tal como es en ella y por ella, el Ser Divino desde el origen de los orígenes, el mundo del Misterio se manifiesta así mismo y se hizo conocer por ella bajo esta Forma que es asimismo la forma bajo la cual el mismo se conocía en ella. Es la Idea o mas bien el “Ángel” de su persona cuyo yo presente no es mas que el polo terrestre”.
EL ANGEL GUARDIAN DE LAS PUERTAS Y LAS SIETE MORADAS
Frédérick TRISTAN
El texto siguiente es la trascripción de la grabación de la conferencia que hizo su autor durante el coloquio del Círculo europeo de Arte Sacro sobre el Ángel, y que tuvo lugar en Pont-à-Mousson el 1981, bajo la dirección de Dominique Ponnau. Hemos conservado su carácter oral.
Mi comunicación ha trazado un tema extremamente vasto. Me limitaré a situarlo en el ángulo de la tradición judía, mas particularmente, el Zohar y El Tratado de las Moradas, aunque el ángel guardián de las puertas y la noción de las siete moradas pertenece a un fondo común a las tres tradiciones de Abraham. Me limitaré primero, un poco extensivamente, a definir esta noción de “Siete Moradas” en la medida en que moradas y ángeles están íntimamente relacionados.
La primera aclaración que condiciona todas las demás: la génesis y la creación que, como todos saben se efectúa en seis etapas mas una etapa: seis días de creación efectiva y un día de reposo, el Shabbat. Entre el Bereshit, el “en el principio” y el Shabbat, lo que Dios (Elohim) creó no es una multiplicidad ni una disparidad de seres y de cosas (luz, firmamento, tierra, vegetales, astros, peces, pájaros, animales terrestres, hombre) lo que sería un signo de cantidad, y por lo tanto de heterogeneidad y alteridad, sino, por el contrario, un solo y único conjunto ordenado, cuyos elementos son de calidad. Dicho de otra forma, luz, firmamento, tierra, vegetales, astros, peces-pájaros, animales terrestres y hasta el hombre, no son, en este principio, individualidades distintas, yuxtapuestas, sino una coherencia íntimamente unitaria; no son cifras productoras de cantidad sino de números significativos de calidad. No pertenecen al dominio de la duración. Significan que el hombre (el hombre único de Beriah, la creación) está compuesto por siete elementos de los cuales, el primero está situado bajo el signo de la luz y el último bajo el signo del shabbat. Esto se encuentra además precisado por la tradición literal del hebreo: “Fue la noche, fue la mañana, un día” ( y no: “fue el primer día”), “fue noche y fue mañana, día sexto” (para marcar la parada antes de shabbat).
Hay que ver la unidad absoluta de la Creación; Dios ha hecho la Creación una, lo que es además la base del monoteísmo tal como se entiende aquí : un Dios, una Creación. Los seis y un días no indican una sucesión de creaciones, sino una sola Creación cuyo nombre de siete es el signo, y de alguna manera, la identidad. ¿Y porqué siete ? El Tratado de los Palacios, el Tratado de los Hekhaloth, responde: “Porque Dios manifestado es diez, donde 3 es morada de su secreto, siete su Creación en jerarquía”. La creación en siete días significa que la unidad creadora y la unidad creada, sin por ello, caer en la dualidad, todo es íntimamente “lo mismo”, ha formado en cierta manera el numero tres (la unidad creadora) y el siete (la unidad creada). Son los siete cielos creados que son siete jornadas, siete moradas, siete palacios en el seno de la unidad fundamental, y, repetimos, a fin de que nada se confunda, son las siete cualidades jerárquicas en el seno de la única y la misma.
A estos siete cielos corresponden los siete arcángeles guardianes de los Palacios y las Puertas.
LOS ANGELES EN EL MUNDO IMAGINAL CRISTIANO Y MEDIEVAL
Philippe FAURE
La expresión latina Mundus Imaginalis fue forjada justamente hace cuarenta años por Henry Corbin, en un artículo hasta hoy celebre y que fue un verdadero manifiesto en favor de una nueva aproximación de la literatura visionaria del islam iraní y de una hermenéutica liberada de categorías de pensamiento modernas. Corbin intentaba designar con este concepto un mundo, un modo de ser, un tipo de conocimiento. Entre los sentidos externos y el intelecto, “la imaginación activa” se comprendía como una facultad cognitiva, fundadora de un conocimiento analógico riguroso, capaz de transmutar los estados interiores y de reflejar en el plano del alma las imágenes espirituales surgidas del mundo inteligible. El “mundo imaginal” es pues, este “lugar” no localizable, como en suspenso en el espejo del alma, lugar epifánico de las imágenes, donde los cuerpos se hacen sutiles, donde los arquetipos toman forma, donde los estados espirituales se especializan. Las narraciones visionarias y de iniciación espiritual compuestas por Sohravardî han dado a Corbin un modelo ejemplar de topografías espirituales del islam iraní.
Hasta donde sabemos, la expresión “mundo imaginal” no ha sido aplicada a los textos visionarios medievales. Corbin mismo no ha dudado sin embargo en examinar estos documentos espirituales occidentales, tales como la literatura del Graal o la teosofía de Swedenborg, aplicándose de la misma manera que lo hizo en el campo musulmán a explorar obras importantes pero a menudo consideradas heterodoxas. Ahora, nos parece que la realidad aludida a través de la expresión “mundo imaginal” concierne también a fuentes mucho mas conformes a la ortodoxia cristiana, se trate de narraciones visionarias o textos hagiográficos. Es cierto que el conocimiento visionario ha sido menos teorizado en el occidente cristiano que en el Islam y que las visiones medievales se inscriben en un marco teológico bien definido. No se pretende efectuar aquí aproximaciones, tejer correspondencias entre los mundos visionarios cristiano e islámico, o establecer si la teoría del conocimiento y el estatuto de la imagen espiritual en las dos culturas son equivalentes. Mas allá de estos temas, se trata solamente, si se puede decir, de mostrar que en el seno del cristianismo medieval, y del monaquismo mas particularmente, se ha podido desarrollar un mundo de la imagen espiritual, con sus códigos, sus procedimientos, su lógica propia, un mundo donde los ángeles son los actores esenciales y los portadores de un conocimiento místico.
LOS ANGELES EN EL ISLAM
Pierre LORY
Los temas que se refieren a los ángeles surgen a menudo de manera marginal, gratuitamente, es decir insignificantes entre el conjunto de reflexiones sobre la religión. Hablar del “sexo de los ángeles” sería asomarse a especulaciones arriesgadas, desviando los espíritus de las perspectivas de fondo de la exégesis, de la metafísica o la moral. Pensamos que no hay nada de eso. La obra determinante de Henry Corbin está allí para demostrar que la angelología se inserta, por el contrario, en lo más profundo de la cuestión sobre el monoteísmo. Querríamos presentar aquí algunas reflexiones sobre sus desarrollos en el pensamiento musulmán clásico, y en el que los ángeles, a pesar de su aparente discreción, representan un mecanismo esencial en la asunción del cosmos en Dios, término final de toda creación.
Si partimos de los textos fundadores de la Tradición musulmana – es decir el Corán, las enseñanzas del profeta Muhammad, sus compañeros y las primeras generaciones de sabios – encontramos, de entrada, la presencia de 3 comunidades de seres conscientes en el universo :
Los hombres son la categoría que nos parece la mejor conocida – que nos parece, solamente, realmente su naturaleza y su papel siguen siendo un misterio, inclusive para los mismos humanos. Una misión singular parece haber sido confiada a Adam y a su descendencia. Concebido como lugarteniente (khalîfa, califa) de Dios en la tierra, recibiendo homenaje a través de la prosternación de los ángeles, el hombre ha asumido así mismo la carga de un misterioso “depósito” cuya naturaleza no se encuentra precisada por el texto: “Hemos propuesto el depósito a los cielos, a la tierra y a las montañas; ellos han rechazado llevarlo y han temido. El hombre se ha hecho cargo, pues es muy injusto y muy ignorante” (Corán XXXII, 72). De este modo, el carácter débil e inclinado al pecado que distingue a los hombres de los ángeles y de los animales aparece como correlativo o contrapartida de la asunción de una parte grandiosa de los designios de su Creador. Es esta ignorancia fundamental, esta parte de sombra incluida en la naturaleza humana que hace al hombre capaz de llevar a cabo su misión en el mundo terrestre, denso, pesado, tenebroso.
Los djinns son citados en varias ocasiones en el Corán. Se trata de seres dotados de un cuerpo sutil, pero netamente distinto sin embargo del de los ángeles puesto que han sido creados de fuego (Corán XV, 27) y no de luz como los otros y que habitan en la tierra y no en los cielos. De hecho, su condición está próxima a la de los humanos, pues nacen, mueren y se reproducen como ellos. Como ellos, son llamados a obedecer a Dios, son susceptibles de desobedecerles y de no creer y serán retribuidos en el fin de los tiempos por el Paraíso o el Infierno. Su papel en la economía de la salvación de los hombres es, sin embargo, marginal. Los djinns rebeldes (a veces asimilados a los demonios, shayâtîn, los “satanes”) pueden efectivamente constituir una tentación para ciertos hombres-brujos o adivinos principalmente – por los servicios que les puedes ofrecer. No pueden en todo caso, ayudar a los humanos, ni material ni espiritualmente, incluso en el caso de djinns virtuosos y creyentes. Es mas bien lo inverso lo que sería verdad, puesto que todos los djinns son llamados a recibir y poner en obra el mensaje divino proclamado por los profetas monoteístas – Muhammad en particular, explícitamente citado en este papel en el Corán (LXXII, 1-17).
La tercera categoría de seres conscientes es la de los ángeles. El papel general de los ángeles en la religión musulmana en relación al resto de la creación es suficientemente paradoxal. El dogma afirma su existencia. En efecto, el Corán cuenta en numerosas ocasiones sobre su presencia y sus actividades. Pero por otra parte, este papel parece relativamente neutro, eclipsado. Se trata aparentemente de un papel de simple ejecutante. Sin embargo, un análisis más ceñido permite distinguir lo que se oculta tras la figura multiforme de las apariciones angélicas.